Reportaje

El rebelde más buscado de Venezuela comparte su historia… justo antes de su muerte

Meridith Kohut/The New York Times

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Por Nicholas Casey

Caracas, 22 ene (NYT) – El fin había llegado para Óscar Pérez.

La sangre corría por el rostro del venezolano. Sus hombres intentaban dar lucha detrás de gabinetes y estufas mientras el gobierno venezolano rodeaba su escondite. Horas después, él y media decena de hombres yacían muertos en el piso.

Pérez, abatido el pasado 15 de enero por fuerzas gubernamentales, pasó sus últimos años como protagonista de narrativas espectaculares —algunas en la pantalla de cine, otras en la vida real— en las que siempre interpretaba al héroe.

Había sido el protagonista en una película de acción, un piloto que luchó contra el crimen desde paracaídas con un perro atado a su espalda. En junio pasado, encabezó un ataque con helicóptero durante las protestas en Venezuela, disparó contra el Tribunal Supremo y desplegó un letrero en el cual llamaba a la población a rebelarse.

Aunque sus acciones habían cautivado, y causado el enojo, de muchos venezolanos, su público había disminuido hacia sus últimos días.

Pérez pasó muchos días y tardes este enero agachado sobre la pantalla de un celular, a través del cual enviaba mensajes encriptados a The New York Times; la identidad de ambas partes era confirmaba ante el otro mediante un un video breve enviado durante cada intercambio de mensajes.

Los mensajes de texto enviados en diciembre y enero, además de grabaciones y entrevistas realizadas durante el mismo periodo, representan algunas de las últimas palabras del hombre que llegó a ser el más buscado en Venezuela: un agente de policía renegado que había cautivado la atención de una nación y un luchador fugitivo que a veces parecía estar muy al tanto de que sus días podrían estar contados.

“Lucho por la libertad del país, la oportunidad de una mejor mañana”, dijo un mediodía a principios de enero al hablar mediante una aplicación de mensajería. “El temor de la vida es lo menos que tengo ahora. No es el temor de la vida, sino el temor de fracasar, de fracasar a la gente.”

Después de su muerte, el cadáver de Pérez permaneció en un congelador de una morgue en Caracas, con dos impactos de bala y la mandíbula fracturada, vigilado por un guardia armado. El sábado, el gobierno entregó el cuerpo a los familiares; fue enterrado desnudo, excepto por una sábana blanca envuelta alrededor de él. Cerca del lugar del funeral, un hombre voló un cometa de papel que tenía escrita la palabra “libertad”.

Pérez fue un actor, un detective de la policía y un insurgente. Para el gobierno era un terrorista. Para sus seguidores había sido un luchador por la libertad, un héroe popular moderno de la talla de Robin Hood o el Che Guevara. Algunos escépticos dijeron que su historia posiblemente no era cierta; que pudo haber sido un doble agente de algún tipo para hacer quedar mal a la oposición.

Sin importar cómo fue visto por la gente, sus acciones resonaron en todo el país. Venezuela vive una crisis económica que ha dejado a los hospitales sin medicina y causado que los bebés mueran de malnutrición. Un presidente impopular ha frenado las protestas con mano de hierro, lo que dejó más de 100 muertos en las calles de Caracas el año pasado en enfrentamientos entre policías y manifestantes. Pocos parecen seguir esperanzados respecto al estado democrático en Venezuela.

Después de su vuelo en el helicóptero sobre Caracas en junio, Pérez se convirtió en un símbolo de los crecientes agravios del país: un temerario policía que se había rebelado contra el gobierno y había pedido a otros que hicieran lo mismo.

Pero Pérez dijo que si algo lo persiguió hasta la tumba es que esa rebelión nunca ocurrió.

“Nosotros esperábamos que en ese día hubiese un llamado a la calle, para que se diese cuenta que sí comenzó un movimiento”, dijo en otro de sus mensajes. “Pero lamentablemente no lo hubo.”

Pérez, quien se unió a la unidad de investigación de la policía venezolana hace quince años, podría haber sido solo otro detective, de no haber sido por su actuación en la película Muerte suspendida, estrenada en 2015. En ella interpreta a un inspector llamado Efraín Robles que rescata a un empresario venezolano de sus secuestradores.

Pérez dijo que la idea de actuar en la película le llegó después de un operativo policiaco en un barrio pobre de Caracas, donde conoció a un joven a punto de unirse a una pandilla. Pérez no encontró la manera de convencerlo de no caer en una vida de delitos, pero notó lo influenciado que estaba por lo que había visto en televisión.

“Literalmente él olvidaba el hambre viendo television”, dijo. “Es ahí cuando tú te das cuenta el poder tan grande que tienen los medios audiovisuales, el cine.”

La película augura las acciones por las cuales Pérez se volvería notorio en la vida real. Su personaje —también un piloto— persigue criminales a través de las calles de la capital desde el aire, y al final, bucea con un rifle hasta llegar al yate del villano.

Pérez dijo que la película también mostró la clase de fuerza policiaca que él deseaba existiera en Venezuela: fotos de los criminales desplegadas en pantallas de alta tecnología, escenas del crimen cuidadosamente analizadas por expertos forenses, hombres en batas de laboratorio examinando los resultados.

Pero la realidad que él vivió fue muy diferente, dijo Pérez, conforme veía el colapso de la economía del país. “No había recursos”, dijo. “Ves técnicos trabajando con reactivos que ellos mismos tienen que comprar para trabajar”.

Otros acontecimientos comenzaron a enfadarlo. Grupos armados a favor del gobierno, conocidos como colectivos, que trabajaban con policías corruptos para extorsionar y robar. Algunas investigaciones eran bloqueadas, incluidas las de cargamentos de cocaína que Pérez dijo que descubrió en repetidas ocasiones y le dijeron que ignorara. Las aseveraciones de Pérez de la corrupción dentro de la fuerza policiaca no pudieron ser confirmadas de manera independiente.

“Ellos eran los que estaban traficando drogas”, dijo Pérez sobre los funcionarios del gobierno. Entre ellos, según Pérez, estaría Néstor Reverol, quien ahora funge como el ministro de Interior, Justicia y Paz de Venezuela. (Reverol enfrenta una acusación en Estados Unidos por supuestamente detener investigaciones sobre narcotraficantes mientras estaba al mando de la Guardia Nacional Bolivariana).

Pérez dijo que él había pensado durante años en usar el helicóptero para expresar su disensión. Pero el año pasado, su furia se unió a la de miles de venezolanos que salieron a las calles durante cuatro meses de protestas sangrientas contra el presidente Nicolás Maduro. Pérez dijo que culpa a Maduro y a su gobierno por la situación de Venezuela: la escasez, la corrupción y la creciente delincuencia en el país.

Pérez dijo que la semana previa al ataque en helicóptero su hermano había sido asesinado por mafiosos durante el robo de un teléfono celular; lo apuñalaron a dos cuadras de su casa.

“Tuve que ir a reconocer a mi hermano, tendido sobre una plancha de acero, totalmente fría”, dijo. “Tú siendo policía ves como alguien tan directo a ti muere por el flagelo de la delincuencia producto de una mala gestión del gobierno.”

El 27 de junio, Pérez piloteó el helicóptero y afirmó que era tiempo nuevamente de poner el ejemplo para los venezolanos.

El cielo sobre Caracas estaba despejado cuando las explosiones sonaron —granadas aturdidoras lanzadas desde el helicóptero, las cuales tenían el objetivo de llamar la atención pero sin causar daños, dijo Pérez—. Entonces, él piloteó el helicóptero al edificio del Ministerio de Interior, donde disparó balas de salva. Mientras una multitud miraba hacia el espectáculo que se desarrollaba en el cielo, Pérez desplegó un letrero convocado a las personas abajo a rebelarse.

“Fue para despertar de conciencia no solo al pueblo y demostrarles que no pierdan la fe, sino también despertar de conciencia al resto de los funcionarios”, dijo en uno de los mensajes.

Los eventos conmocionaron a la nación. Por un tiempo algunos pensaron que quizá estaba gestando un golpe de Estado.

No obstante, Pérez actuó acompañado tan solo de un grupo pequeño y los partidos de oposición no apoyaron su llamado. Su helicóptero sufrió una falla hidráulica, dijo, y fue obligado a realizar un aterrizaje de emergencia en un campo donde los residentes llamaron a las autoridades. Dijo que escapó antes de que las autoridades llegaran.

A partir de ese momento, fue un fugitivo, pero uno que tenía la atención completa del país.

Publicó fotos de sí mismo y otros hombres armados con rifles robados en Instagram. Tres semanas después del ataque hizo una atrevida aparición pública al hablar en un mitin en contra del gobierno, donde repitió un mensaje cuyo tono se volvió cada vez más reprobatorio.

“Debemos rescatar los valores, la moral y las buenas costumbres del país”, gritó ese día a las cámaras de televisión. “Es nuestra convicción, nuestro legado”, agregó. “Si tú estás listo, también nosotros estaremos listos. ¡A defender al pueblo!”.

Pero sus llamados a la gente para alzarse en armas parecían llegar a oídos sordos. El 30 de julio, Maduro consolidó aún más su poder al crear la Asamblea Nacional Constituyente, organismo compuesto por funcionarios leales a su gobierno que quedó por encima de la legislatura nacional, la única rama del gobierno que no controlaba su partido.

Las calles fueron militarizadas y el descontento público fue prohibido por órdenes presidenciales. Las protestas desaparecieron casi por completo.

El camino de Pérez sería más solitario desde ese momento. Él describía a una banda de alrededor de cincuenta hombres que lo seguían, frecuentemente dispersos en grupos más pequeños, que entrenaban en casas de seguridad, que se repartían las labores como cocinar, limpiar y transmitir mensajes en línea.

El número de seguidores que Pérez afirma que tenía no pudo ser confirmado de manera independiente.

En su ausencia ante el público, el gobierno pintó un retrato de una banda rebelde peligrosa que había intentado matar a la gente ese día en el tribunal. Maduro frecuentemente hacía referencias a Pérez en discursos, al mencionar que él y la oposición planeaban actos terroristas violentos para llevar al país a la guerra civil.

Las acusariones irritaron a Pérez hasta su muerte. “Si hubiésemos querido asesinar a alguien, ya lo hubiésemos hecho”, dijo.

Incluso cuando las autoridades estaban cada vez más cerca de él, seguía confiado en que continuaría siendo más astuto que ellos. “Siempre estamos un paso adelante gracias a la gente que nos respalda, a mi equipo de inteligencia que está dentro de las instituciones”, dijo.

Antes de ir a la cama la noche en la que sería asesinado, Pérez envió de nuevo un mensaje a The New York Times.

“Te aviso”, dijo, en referencia a dar una hora para la siguiente entrevista. Era pasada la medianoche, las 00:45.

En las primeras horas de la mañana del lunes, Pérez publicó un video en su cuenta de Instagram. Había sido hallado por las fuerzas gubernamentales.

Al principio no hubo disparos. Pérez llama a un mayor del ejército parado afuera que le dice que se rinda, que el Estado ha ganado. Pérez dice que no se entregará porque teme que matarán a los civiles en el lugar. Todos están tranquilos.

Sin embargo, lo grabado rápidamente se degenera hacia el caos. Pérez mira hacia su teléfono, la sangre se derrama hacia su ojo derecho. Pide a los venezolanos que salgan a las calles de inmediato. En la pared empieza a haber marcas de bala y en el fondo se escuchan disparos de arma de fuego. Dice que él ofrece entregarse pero el gobierno está lanzando granadas.

En un video, Pérez acepta que su tiempo se ha agotado.

“Ahora solo ustedes tienen el poder para que podamos ser libres todos”, dice. “Dios con nosotros y Jesucristo me acompaña. Dereck, Santiago, Sebastián, los amo con todo mi corazón, hijos. Espero volverlos a ver”.

Horas después, esa mañana, el gobierno de Venezuela dijo que el grupo había sido “desmantelado”. Pérez y otros cinco estaban muertos. Dos policías fueron asesinados, dijeron los funcionarios.

La muerte de Pérez, transmitida en Instagram, dejó estupefacto al país, al convertir sus últimos momentos en su espectáculo público final. Y casi como en una película, los caminos de la vida que lo llevaron a la rebelión parecían juntarse una última vez esa semana.

Reverol, el funcionario que Pérez dijo alguna vez que lo había frenado para investigar a narcotraficantes, estuvo entre los primeros en declarar la victoria. Reverol calificó al grupo de Pérez como “una peligrosa célula que en los últimos meses generó ataques terroristas”.

El cuerpo de Pérez, ensangrentado y todavía portando un chaleco, fue llevado a la morgue de Caracas. Ahí estuvo hasta antes del entierro; cerca del lugar donde había identificado el cadáver de su hermano el año anterior y decidido así que era momento de actuar.

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