Berlín, 22 mar (dpa) – El jefe de Estado de Alemania, el presidente federal, tiene competencias limitadas y ejerce una función más bien protocolaria y de carácter representativo.
La Constitución alemana le otorga a la figura del presidente muy poco poder político, aunque se entiende que con sus discursos puede orientar y convertirse en un elemento integrador en tiempos de ruptura política.
El presidente no interfiere en la labor del gobierno, que compete al canciller (equivalente a primer ministro), pero cobra importancia en caso de que el Parlamento sea disuelto o de que un Gobierno se quede en minoría.
Como jefe de Estado representa a Alemania tanto dentro como fuera del país. Además, entre sus funciones se encuentra el nombramiento de los miembros del Gobierno, de los jueces y de los altos funcionarios.
En este sentido, el presidente designa a un candidato para el puesto de canciller y lo nombra una vez éste ha sido elegido por los miembros que componen el Parlamento.
Tiene además una función de control. El presidente federal es quien estudia y firma los proyectos de ley para convertirlos en leyes y rubrica los tratados internacionales.
Asimismo, tiene el derecho y la obligación de actuar en política y su opinión es muy respetada en el país, casi como una instancia moral, que se sitúa por encima de los distintos partidos.
El jefe de Estado no se elige directamente, sino que esta labor recae en la llamada Asamblea Federal, un órgano que se reúne cada cinco años con el fin de votar a un nuevo presidente.
La Asamblea Federal está compuesta por todos los miembros de la Cámara Baja del Parlamento, conocida en alemán como el Bundestag, y por el mismo número de delegados que envían los 16 estados federados alemanes.
Una curiosidad: entre los emisarios de los Bundesländer se encuentran además de políticos, otras personalidades del país. Eso ha permitido, por ejemplo, que el seleccionador nacional de fútbol, Joachim Löw, también haya participado en la última elección del Jefe del Estado.