Por Sinar Alvarado
Bogotá, 5 set (NYT) – Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia entregaron las armas después de llegar a un acuerdo de paz con el gobierno de Juan Manuel Santos y el viernes celebran en Bogotá (con 1200 delegados de toda Colombia) su décimo congreso que dará origen a un nuevo partido político.
En el tránsito hacia la paz, la antigua guerrilla deberá sortear varios obstáculos, pero quizá el más difícil consista en superar el estigma de violencia que ha incubado durante 53 años de guerra. En el debate político colombiano, durante las décadas recientes, agrupaciones de izquierda han sido satanizadas por los partidos de derecha y una buena parte de la opinión pública. Para muchos colombianos, la izquierda es sinónimo de guerrilla.
“Lo que estamos planteando es poder conversar con todos los sectores políticos”, explicó José Cotín Berrío, de 58 años y mejor conocido como Pastor Alape, miembro del secretariado de las FARC, con más de tres décadas en la insurgencia. “Nuestro partido tiene que sobrepasar los linderos de la izquierda. Es decir, la izquierda jugará su papel como impulsor, pero no va a ser determinante”.
A partir del 1 de septiembre, las Farc emprenderán un recorrido que otros movimientos armados ya transitaron en Colombia. El más popular fue el Movimiento 19 de abril, conocido como M-19, que entregó las armas en 1990 después de una negociación con el gobierno del expresidente Virgilio Barco. Este movimiento dio origen al Partido Alianza Democrática M-19, que se presentó a la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 y logró obtener 19 curules. Pero su vida política fue corta y, justo después de la desmovilización, su candidato presidencial, Carlos Pizarro, fue asesinado a bordo de un avión en pleno vuelo.
Para la creación de su partido, las Farc invitaron a todos los precandidatos presidenciales que se medirán en las elecciones de 2018, pero ninguno asistió. A pesar de este desaire, en su búsqueda del poder mediante la política, el grupo no descarta la posibilidad de establecer alianzas con otros movimientos que apoyen el Acuerdo de Paz firmado con el gobierno.
“Nosotros hemos ido planteando una convergencia de fuerzas que le estén apostando a la paz y a romper todos los ciclos que han sido las causas del conflicto. La política tiene que jugarse a través de alianzas; hay que construir un partido con mucha participación ciudadana”, comentó Pastor Alape en una entrevista a fines de agosto.
El plebiscito del 2 de octubre de 2016, que pretendía aprobar el Acuerdo de Paz en las urnas, se perdió frente a la oposición de partidos como el Centro Democrático. Últimamente, el respaldo al acuerdo ha crecido entre los votantes, pasando del 46,7 al 52,8 por ciento entre los meses de mayo y julio, según la encuesta Pulso País realizada por la firma Datexco. Pero el respaldo a la paz no necesariamente implica un apoyo electoral a la naciente agrupación política.
El estilo del partido de las FARC es una de las grandes interrogantes en el escenario político colombiano.
“Un partido de nuevo tipo, que debe responder a las exigencias del siglo XXI”, así lo define Alape. Y agrega: “Sobre todo, tiene que ser un partido ubicado en el contexto del fin del conflicto y en el inicio de una nueva era”.
En los anuncios sobre el futuro de su acción política, los voceros de las Farc han insistido en la necesidad de refundar el Estado y hacerle cambios a la Constitución vigente. Hablan de una reestructuración estatal que le permita a los ciudadanos una participación política activa.
La falta de acceso a la tierra fue una de las causas que dio origen a la guerrilla hace más de medio siglo, y es un problema que aún subsiste en Colombia. Un informe reciente de la organización internacional OXFAM ubica al país como el más desigual de la región, con el 80 por ciento de la tierra en manos del uno por ciento de la población. Este fenómeno explica por qué las Farc siempre han sido un movimiento en esencia rural. Y es allí, en el campo, donde está su mayor base de apoyo.
Lejos de Bogotá y del poder central, hay antiguos combatientes que ya están planificando su inserción en la esfera política regional y local de las comunidades donde siempre han estado presentes.
Mauricio Gareca es uno de ellos. Miembro de la comisión política de las FARC en La Carmelita, departamento de Putumayo en la frontera con Ecuador, durante 37 años militó en los frentes 14, 49 y 32 de la guerrilla. Ahora, sin uniforme ni fusil, lidera el proceso de transición de casi 400 guerrilleros a la vida civil.
“Desde ya estamos haciendo política”, dice Gareca. “Cuando luchamos para que se cumpla la implementación del Acuerdo de Paz, eso es política. Nosotros tenemos un plan que nos da una estrategia nacional, departamental y municipal. Nosotros siempre trabajamos con base en planes de acción política”.
Gareca se ve tomando parte muy pronto en la campaña electoral al sur del país. Habla convencido de los logros que podrán mostrar a la población a través de sus planes productivos en pequeñas asociaciones comunitarias. Las Farc han diseñado el proyecto Ecomún, una cooperativa donde esperan vincular a miles de excombatientes, que se asociarán en pequeños emprendimientos como panaderías, talleres de costura y pequeñas fincas agrícolas.
Para que no queden dudas de cuál es el nuevo plan de las FARC, Gareca lo dice con todas sus letras: “No aspiramos a quedarnos en un partido de oposición. Aspiramos al gobierno, a llegar al poder del Estado. Por eso vamos a desplegar todas las fuerzas dinámicas que tenemos para poder hacer una incidencia general en todos los ámbitos de la vida del país. Vamos a presentarnos como una verdadera alternativa de poder”.
Pero antes de eso, deben garantizar su propia seguridad. El fantasma de la Unión Patriótica, un partido vinculado a la guerrilla que fue diezmado en los años ochenta y noventa, con casi 5000 víctimas, reaparece ahora como un peligro latente. Solo entre 2016 y lo que va de 2017, según la Defensoría del Pueblo, se han registrado 186 asesinatos de líderes sociales y más de quinientas amenazas.
Ante este escenario, Pastor Alape no oculta su preocupación: “Llamamos a la solidaridad de la nación para que no desaprovechemos este momento de la historia. También pedimos que el Estado mueva sus estructuras para romper estas amenazas. El gobierno debe tomar decisiones de protección y los encargados de las investigaciones deben cumplir su función”.
Pero así como los antiguos guerrilleros temen por su vida, también hay millones de colombianos que temen por las suyas si este grupo llega al poder a través de su nuevo partido político.
El reto de fondo consiste en generar condiciones reales de convivencia política. El establecimiento tendrá que demostrar tolerancia no solo hacia las FARC y su nuevo partido, sino también hacia cualquier otra iniciativa que apunte a la renovación de una clase política dominada por castas seculares.
Las elecciones presidenciales del próximo año ya permiten prever una contienda polarizada, entre bandos políticos que apoyan el acuerdo logrado en La Habana o se le oponen. Quienquiera que resulte ganador, deberá conducir al país en el intrincado camino de la paz, cuya construcción apenas empieza.