La Navidad en la pintura

Dos monumentales obras de Juan Bautista Maíno (apodado el Caravaggio español) La Adoración de los pastores (a la izquierda) y la Adoración de Los Magos (a la derecha), hacia 1611/13, ambas, en el Museo Nacional del Prado de Madrid.

La Navidad celebra el nacimiento de Jesús y es por tanto uno de los acontecimientos de la liturgia católica más representado en el arte y de ello da fe la abundancia de grandes obras relacionadas con esta temática a lo largo del tiempo, especialmente, durante los trescientos años que abarcan Renacimiento y Barroco, dos de los períodos más brillantes de la historia del arte.

El arte, a parte de lo puramente estético y formal, también sirve como testigo de la historia humana. Grandes artistas como Fra Angelico, El Bosco, Giotto, Boticelli, Leonardo, Tntoretto, Tiziano, El Greco, Rubens, Velázquez, Zurbarán o Maíno han plasmado, cada uno a su manera y estilo, uno de los mensajes más trascendentales de la fe católica: el nacimiento del Hijo de Dios en una época que la gran mayoría de la población era analfabeta.

La iconografía navideña abarca desde la Anunciación del Arcángel Gabriel a la Virgen María, la llegada a Jerusalén, la Natividad (o Nacimiento de Jesús), la Adoración de los Pastores y la Adoración o visita de los Reyes, o Epifanía. Veamos unos ejemplos.

Fra Angelico, delicadeza y elegancia

Comenzamos con la Anunciación del fraile dominico, el florentino Fra Angelico, una tabla realizada en témpera y oro que, pese a su genialidad, corresponde a la primera etapa del pintor florentino fallecido en 1455. De ahí que use todavía con cierta torpeza la perspectiva, un escueto conocimiento de la anatomía, o el carácter irreal de una arquitectura que parece onírica, rasgos todos del primer Renacimiento italiano, al tiempo que perduran otros elementos antiguos, como las bóvedas azuladas, propio del último gótico llamado internacional, todavía vigente.

Y es que durante el Quattrocento trabajaban al mismo tiempo artistas del último gótico junto a otros más innovadores como Masaccio o Donatello. Fra (o Fray) Angelico tomó el refinamiento de los primeros y el realismo de los segundos, aportando sus características figuras idealizadas, sin apenas volumen y unos colores brillantes también casi planos. Su mayor aportación: la delicadeza y dulzura que destilan sus obras.

Está compuesta de dos escenas, a la izquierda, el pecado representado con la expulsión de Adán y Eva del paraíso y en contraposición, en la escena principal, la esperanza, es decir el momento en el que el arcángel Gabriel anuncia a María que va a ser la madre del Salvador.

La restauradora de pintura del Museo del Prado, Almudena Sánchez, posa junto a “La Anunciación” de Fra Angelico en mayo 2019 cuando fue terminada su restauración. EFE/ Carlos Pérez

El Greco, éxtasis y plenitud

La Adoración de los Reyes (1614) de El Greco, pintor de origen cretense que vivió y murió en Toledo (España), considerada su última obra. Se trata de una escena nocturna desarrollada en un espacio estrecho e irregular, una especie de gruta en torno en la que se cobijan María con su hijo recién nacido sobre el regazo, mientras San José y tres pastores evidencian la intensa devoción del momento.

El Niño Jesús es el único foco de la luz que ilumina y retumba por toda la escena, incidiendo por todo el grupo que lo contempla, un conjunto que remata por un gran grupo de ángeles a modo de bóveda celeste. Los fuertes contrastes entre luces y sombras realzan el dramatismo, sin renunciar a los colores vivos y brillantes, muy venecianos y que tanto influyeron en El Greco

La composición, en espiral, crea un ligero movimiento en ascensión que acentúa el alargamiento y distorsión de las figuras, mientras que las poses poco naturales dinamizan esa sensación de éxtasis que parece envolverlo todo, una característica del que está considerado como uno de los precursores del arte moderno.

“La adoración de los pastores” de El Greco. Fotografía fechada en 2006 con la entonces conservadora del Museo del Prado, Leticia Ruiz, después directora de la Galería de Colecciones Reales de Madrid. EFE/José Huesca

Rubens, dramatismo y opulencia

La Adoración de los Reyes Magos de Pedro Pablo Rubens realizada en torno a 1609 por encargo del Ayuntamiento de Amberes es una pintura de gran formato que exhala dramatismo y opulencia por los cuatro costados, en la que el autor parece sintetizar todo lo que aprendió durante su formación en Italia. La monumentalidad en las proporciones se acentúa con una disposición también majestuosa de los personajes que convergen en el Niño, situado en el lateral izquierdo, punto principal de la obra y única fuente de luz de la escena que se proyecta en los rostros de la Virgen y los Magos.

A pesar de lo desbordante de la composición está organizada con esmero, cada personaje se trata de manera individualizada. El ropaje de los Magos de rico colorido o las joyas de Baltasar acentúan el lujo y el barroquismo del cortejo. Las primeras figuras recuerdan a los vigorosos cuerpos de Miguel Ángel o Caravaggio, una franja a la que Rubens añadió, veinte años después, otra superior en la que incluyó su propio autorretrato: a la derecha montado a caballo con espada y cadena de oro, símbolos de la condición nobiliaria que le otorgó Felipe IV, remarcando que, además de pintor, políglota, rico, fue diplomático de la corte del rey de España.

Velázquez, monumentalidad y sencillez

En la misma obra, La Adoración de los Magos, el genio barroco de la pintura española Diego Velázquez (1599-1660) realizada durante sus años de juventud en Sevilla, confluyen el Naturalismo propio de aquella etapa, que incluye elementos autobiográficos aportados sobretodo tras el hallazgo de un autorretrato del pintor Francisco Pacheco, -maestro y suegro del sevillano- al ser reconocido éste en la figura de Melchor, por lo que es presumible pensar que su esposa, Juana, y su hija Francisca, de pocos meses, sirvieran de modelos para la Virgen y el Niño.

Un tema que está abordado con sorprendente sencillez pero que resulta eficaz. Destaca la variedad de tipos y de actitudes humanas, cuerpos voluminosos que llenan toda la composición y dispuestos en un plano muy cercano y directo al espectador, lo que acentúa la intensidad expresiva, una combinación de monumentalidad e intimidad que siempre logra el autor de Las Meninas.

Zurbarán, ternura y dignidad

El extremeño Francisco de Zurbarán (1598 -1664) otro de los grandes del barroco español, recurre al Naturalismo tenebrista para pintar “La Adoración de los Pastores”, una escena llena de intimidad. Todos los personajes están envueltos de una majestad, de una dignidad que no contradice su condición humilde. Destaca, sin embargo, la figura de la pastorcilla que ofrece una cesta de huevos, un personaje realista que contrasta frente a la idealización de los principales.

Las figuras están dotadas de un volumen casi tangible, gracias a los efectos lumínicos aplicados sobre ellas. Para recrear la noche en la que nació Jesús, el autor crea un ambiente oscuro y misterioso, una escena solemne iluminada desde el cuerpo del recién nacido, en referencia, como en los casos anteriores, a la idea del nacimiento del Salvador como luz del mundo.

La Adoración de los Magos del pintor flamenco Pedro Pablo Rubens que trabajó para la monarquía española. Museo del Prado de Madrid. EFE/Gustavo Cuevas

Maíno, el caravaggio español

El fraile dominico Fray Juan Bautista Maíno (1569-1649), uno de los grandes de la pintura barroca pero también uno de los más desconocidos, recibió su formación en Roma donde conoce la obra de Caravaggio. “No hubo un pintor más cercano al caravaggismo romano y al naturalismo tan deslumbrante como Maíno, por lo que puede ser considerado como una ‘rara avis’ dentro de la pintura española debido a su gran influencia italiana” resume la conservadora e historiadora del arte, Leticia Ruiz.

En La Adoración de los Pastores y en La Adoración de los Magos, el mantiene una visión próxima al espectador, una cuidada composición que, pese a estar muy encajada espacialmente, sirve para potenciar la emotividad que el momento requiere. Es el contrapunto de la anterior, Maíno mantiene su dibujo vigoroso junto a un colorido más intenso y una luz contrastada, pero ahora se inmortaliza autorretratándose detrás, cubierto con sombrero renacentista, a la manera también del maestro italiano.

Caravaggio o el mejor Barroco

Una escena donde abundan las ricas vestimentas en las figuras de los Reyes Magos, toda una variedad de telas y sedas de todos los lugares, exquisitamente tratadas, tanto en color como en texturas, haciendo gala de ser hijo de una familia de comerciantes de tela de origen milanés, que revelan ese gran conocedor de los tejidos que fue, ante los que solo faltaría, tocarlos.

Y para terminar, y nada que ver con el misticismo anterior, una obra de sobrecogedora pobreza y humildad, intimista y cotidiana, la Adoración de los pastores (1609) de Caravaggio del Museo Regional de Messina (Italia), lugar donde el artista pintó la obra, y lugar donde se le fue encargado a Caravaggio pintar para el altar de la Iglesia de Santa Maria della Concezione.

Se trata de una humilde escena ubicada en un lúgubre y pobre establo donde María yacente, acaba de dar a luz a Jesús, una impresionante pintura que da paso a un nuevo género donde se plasman personajes y escenas tremendamente modestas, más fieles a la realidad.

Amalia González Manjavacas. EFE/REPORTAJES

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