Por Thomas Körbel y Wolfgang Jung (dpa)
Kiev, 16 feb (dpa) – En los campos de batalla de Ucrania se ha decretado una tregua, pero las partes en conflicto continúan acechándose. Mientras, los separatistas prorrusos sueñan con una “victoria final”, advierten al gobierno nacional que debe abstenerse de cualquier provocación y amenazan con una revancha.
En Kiev los gestos también son marciales. El presidente Petro Poroshenko anunció la tregua vigente de un modo muy demostrativo: en uniforme militar. Es “la última oportunidad para el proceso de paz”, y aseguró que quería sacarle provecho. Sin embargo, poco antes había amenazado con imponer la ley marcial en caso de que fracasara la tregua.
Después de que los principales representantes de Ucrania, Rusia, Alemania y Francia participaran la semana pasada en una maratón de negociaciones en Minsk, el destino ucraniano pende de un hilo. Hasta poco antes de entrar en vigor la tregua el Ejército y los separatistas continuaban los combates en el este ucraniano, dejando numerosas víctimas.
También hoy se habló de la muerte de cinco soldados en las 24 horas posteriores a la entrada en vigor de la tregua, lo que pone en duda que haya una verdadera voluntad de paz.
“Tras los más de 5.000 muertos en diez meses, la confianza de que el rival quiera avanzar francamente hacia una reconciliación está rota”, escribió el periódico ucraniano “Sercalo Nedeli”.
El ruso “Kommersant” consideró el alto el fuego como “una última estación de esperanza”, dudando que sea el primer paso hacia una solución o la última oportunidad de haberla logrado.
De fracasar la tregua el conflicto podría agudizarse exponencialmente. Poroshenko podría dictar la ley marcial, Estados Unidos podría llegar a suministrar armas al gobierno pro-occidental de Kiev y existe la posibilidad de que Rusia entrara con tropas oficiales en el conflicto.
El escenario destruiría en un abrir y cerrar de ojos todo lo pactado en Minsk, un esfuerzo diplomático que no podrá repetirse tan fácilmente, advirtió el ministro alemán de Exteriores, Frank-Walter Steinmeier.
Si bien las partes deben retirar sus armas pesadas de la zona de conflicto tal como lo estipula lo pactado, los separatistas no dejan lugar a dudas de que no quieren ceder. “Cada porción de nuestro territorio está bañada con nuestra sangre. Mientras vivamos, nadie nos quitará esta tierra”, aseguró el líder insurgente Alexander Zajarchenko.
Y parece cada vez más claro que la localidad de Debaltsevo, al noreste de Donetsk, es el sitio en el que el acuerdo de Minsk pone más a prueba su continuidad.
Allí las partes combatieron hasta poco antes de que entrara en vigor el cese del fuego. Supuestamente miles de soldados del Ejército se encuentran rodeados por los rebeldes y se impide “cualquier intento de escapar”, según palabras de Zajarchenko, quien alega que el acuerdo de Minsk no es más que una mezcla imprecisa de frases.
El especialista Dmitri Trenin, de Moscú, advierte por su parte del peligro de sobrevalorar la tregua: en el mejor de los casos, será una pausa en los combates con poca esperanza de que haya una reconciliación, tanto de las partes en Ucrania como de las partes en Europa, asegura.
Según este politólogo del Centro Carnegie, lo pactado en Minsk, en caso de funcionar, cimentaría nuevas divisiones a lo largo de la línea del frente, en la región de Donbás, y a lo largo de la frontera entre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la zona que se encuentra bajo influencia rusa. “El acuerdo no evitará necesariamente una agudización del conflicto, pero la podría posponer”, observa.