Reportaje

Después del huracán María, los puertorriqueños recurren a la creatividad para sobrevivir

Dennis M. Rivera Pichardo/The New York Times

Por Caitlin Dickerson

Utuado, 19 oct (NYT) — Cuando el huracán María arrasó con el puente que permitía entrar y salir de Charco Abajo, una población remota de Puerto Rico, Carlos Ocasio, un soldador, y Pablo Pérez Medina, un empleado de mantenimiento retirado, decidieron que no iban a esperar a que llegara la ayuda.

Una vez que el viento y la lluvia se calmaron los hombres bajaron con cuidado por el extremo del puente y saltaron sobre un montón de escombros. Cruzaron el río Vivi, cuyas aguas les llegaban a la altura del pecho, y caminaron varios kilómetros hasta una ferretería donde compraron cable, un arnés de metal y ruedas.

Construyeron una polea que ahora llena el vacío donde antes se encontraba el puente y amarraron un carrito de supermercado —tras quitarle las ruedas y las patas— que han estado usando para transportar alimentos, comida, agua y suministros por encima del cauce del río.

Aunque los grupos de ayuda comenzaron a llegar una semana después, los dos hombres, de 60 años de edad, pusieron un cartel que describía cómo se sentía la gente en Charco Abajo una vez pasada la tormenta. El cartel dice “Campamento de los olvidados”.

Casi un mes después de que el huracán María devastara esta isla, que es territorio autónomo de Estados Unidos, la vida sigue pendiendo de un hilo. Aunque la ayuda ya llegó, los residentes han aprendido a improvisar sin energía eléctrica ni agua potable, en especial quienes viven en áreas alejadas y tuvieron que esperar más que el resto de la población para que llegara la ayuda de los servicios de emergencia. Para esos puertorriqueños la recuperación se vislumbra como algo muy lejano.

Los caminos ondulantes de la autopista de tres carriles flanqueada por árboles que llevaba de San Juan, la capital, al municipio de Utuado, han quedado totalmente destruidos. Los árboles, despojados de hojas y ramas por los vientos huracanados, se encuentran dispersos por toda la autopista.

Las formaciones rocosas, antes cubiertas de vegetación, han quedado totalmente desnudas. Las palmeras a las que mecía el viento de manera permanente se ven como cabezas medio rapadas, y casas que alguna vez estuvieron bien escondidas entre las colinas ahora son ruinas sin techo con daños irreparables que parecen deslizarse por las laderas.

Todo lo que queda de las casas de madera de una sola habitación que antes abundaban entre las colinas son estructuras de concreto altas y estrechas de tres lados que se construyeron para proteger la plomería del baño, y que ahora están rodeadas de pilas de escombros.

Los ejemplos de la creatividad de la gente que vive en las montañas abundan por toda la provincia. Día y noche, los montañeses se reúnen en las calles para bañarse y lavar la ropa en sitios hacia donde los lugareños han redirigido el agua, proveniente de puntos más elevados, con ayuda de tubos de PVC. Llenan botellas y cubetas vacías que usan para limpiar sus hogares y para el inodoro.

Pero la situación es más precaria para algunos que para otros. El huracán María afectó más de 100 puentes en la isla y se han tenido que inhabilitar unos 18, según Ivonne Rosario, vocera del Departamento de Transporte de Puerto Rico. Un número desconocido de puentes colapsaron durante la tormenta, dejando incomunicadas comunidades enteras, como sucedió con Charco Abajo.

Tras recorrer una serie de caminos de terracería que todavía están cubiertos de árboles caídos, líneas de energía eléctrica abatidas y cables de fibra óptica, se llega a Charco Abajo, donde viven unas 120 personas, la mayoría adultos jubilados o desempleados, así como unos cuantos niños.

A sus 47 años, Lilia Rivera camina rengueando como si fuera una mujer mayor. Habla susurrando porque sus cuerdas vocales están parcialmente paralizadas. Es hipersensible a los alérgenos: el menor tufo a humo, químicos o perfume puede ocasionar que se le cierre la garganta. Su ubicación lejana y sus problemas de salud, ocasionados por la exposición a los pesticidas, la han vuelto doblemente vulnerable a la destrucción causada por el huracán.

“Al principio me preguntaban si quería irme”, dijo, sentada con un bastón sobre su regazo en la luminosa sala de su vivienda, ubicada en una ladera rural del municipio de Utuado. “Pero adonde vaya es necesario controlar el ambiente. Eso no se puede hacer en un refugio”.

A pesar de que se quedaron atrapados en sus hogares durante tres semanas y tuvieron que subsistir con magras reservas de agua embotellada y raciones militares, algunos residentes, sorprendentemente, se muestran relajados. El día que los visitó un reportero, se apresuraron a señalar que otros puertorriqueños se encontraban en condiciones peores, aunque era difícil pensar en esas personas.

Marilyn Luciano, quien ha asumido la función de secretaria del pueblo, iba de casa en casa para ver cómo se encontraban sus vecinos. Hablaba de cuando en cuando de su hijo que vive en Florida y se acaba de casar. Luciano comentó que el espíritu relajado de la gente que vive en las montañas de Puerto Rico los ayudaba a sobrellevar la tormenta. “Esto es lo que hacemos”, dijo. “Así somos”.

Hasta Rivera y su familia dudaron en quejarse. Ella, su esposo, sus tres hijos y un nieto viven juntos; todos nacieron y se criaron en Utuado.

Su marido, Leonardo Medina, un empleado jubilado de una distribuidora de productos farmacéuticos, estaba ocupado cortando árboles caídos afuera de su hogar cuando los visitó un reportero. Después de que la familia se quedara sin energía eléctrica, él conectó el tanque de oxígeno de Rivera a una batería de automóvil.

Medina comentó que sabía que cuando la salud de su esposa comenzara a empeorar, sus vecinos no dudarían en ayudarlo a hacerla cruzar el río. Rivera interrumpió la conversación. “Los puertorriqueños somos luchadores y trabajadores”, dijo. “Mi vida depende de eso”.

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