Por María Prieto (dpa)
Berlín, 4 ene (dpa) – Desde hace 70 años en los quioscos de prensa de Alemania hay una cabecera de color rojo que hace temblar a la clase política.
“Der Spiegel”, una publicación de carácter semanal que llega con sus versiones en papel y online a unos 13 millones de lectores, alcanza la veteranía convertida no sólo en una plataforma de exclusivas periodísticas, sino en una especie de catalizador en la formación de opinión de la sociedad alemana.
Su primer número se publicó el 4 de enero de 1947. Salió a la venta al precio de 1 RM, un marco del Reich (la moneda que se utilizó como medio de pago en Alemania hasta el año 1948).
Desde entonces se ha distinguido tanto por su influencia entre la opinión pública como por su especial habilidad para descubrir escándalos y casos de corrupción política, lo que le sirvió incluso para ganarse en sus primeros años el sobrenombre de “arma de asalto de la democracia”.
Esta es, sin embargo, una denominación que no agrada al actual director de la publicación, Klaus Brinkbäumer, quien reconoce que el término en cuestión le parece “demasiado militar” y, en entrevista con dpa, asegura que prefiere referirse a la revista como un medio defensor de la democracia.
El título se lo ganó a pulso en el año 1962, cuando la publicación se convirtió en una protagonista involuntaria de la historia de Alemania.
La investigación que el ministro de Defensa de la Alemania Occidental, Franz Josef Strauss, ordenó llevar a cabo en su redacción por aquel entonces constituyó uno de los mayores escándalos políticos en la historia del país centroeuropeo tras la Segunda Guerra Mundial.
El conocido como “Escándalo Spiegel” se saldó con el arresto y la encarcelación de varios responsables de la revista, entre ellos, su fundador y director Rudolf Augstein, durante más de 100 días.
¿El motivo? El semanario fue acusado de un delito de alta traición después de publicar información confidencial y crítica sobre el ejercicio de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) conocido como “Fallex 62”.
Un capítulo que se cerró un año después con la salida del ministro en cuestión y que tuvo una influencia directa en el fortalecimiento de la libertad de prensa en Alemania, terminando con las prácticas gubernamentales autoritarias que hasta entonces eran habituales en el país.
En 1974 su fundador volvió a marcar otro hito al ceder la mayoría de la propiedad (un 50,5 por ciento) de la editorial entre los trabajadores del semanario, un modelo único en el panorama mediático alemán.
“La lealtad aquí es altísima porque la mayor parte de la empresa nos pertenece. Aquí todo el mundo es consciente de la responsabilidad y del legado. No debemos echarlo a perder”, asegura Brinkbäumer a dpa.
“Der Spiegel”, una revista de estilo similar a las estadounidenses “Time” o “Newsweek”, ha sabido adaptarse a los tiempos convirtiéndose en un grupo mediático con abundante oferta televisiva y online. No obstante, en los últimos años ha perdido cierto prestigio.
Son numerosos los lectores que consideran que su carácter académico se ha ido replegando en favor de un estilo más popular.
Como ejemplo, en la memoria colectiva perdura la portada publicada en abril de 2013 en la que aparece un hombre de pueblo montado en un burro que transporta alforjas repletas de billetes y se protege del sol con un paraguas de la bandera europea.
El titular rezaba: “La mentira de la pobreza, cómo los países en crisis esconden su riqueza”, en alusión a un estudio que comparaba las propiedades de los ciudadanos comunitarios.
En tiempos de “postverdad” y en los que fuerzas ultraconservadoras como Alternativa para Alemania (AfD) acusan a la prensa de “mentirosa”, el actual director de “Der Spiegel” insiste en la necesidad de que la publicación no pierda su esencia y siga jugando un papel destacado a la hora de defender la democracia y la libertad de prensa.
Una tarea que, no obstante, deberá acometer con menos personal. El semanario no ha sido inmune a la crisis que afecta al sector editorial. Desde octubre de 2015 sus ventas en papel han caído por debajo de los 800.000 ejemplares y las suscripciones online no consiguen subir de las 53.000.
“Der Spiegel” facturó en 2015 cerca de 285 millones de euros (295 millones de dólares), un año en el que en sus redacciones trabajaban 1.129 empleados. A partir de 2018, la plantilla perderá a 150 de sus miembros, debido a una reestructuración con la que el grupo mediático pretende reducir costes anuales por valor de 15 millones euros.