Por Gaby Mahlberg (dpa)
BERLÍN (dpa) – Más de 50 millones de personas se encuentran desplazadas. Amnistía Internacional (AI) habla de la “peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial” y acusa a la comunidad internacional de cometer graves negligencias en la ayuda humanitaria. Actualmente, los telediarios informan del drama migratorio que se vive en el Mediterráneo, pero otras regiones del mundo no son ajenas al problema.
Los contrabandistas introducen en Europa a miles de emigrantes procedentes sobre todo de Siria y el oeste de Libia, donde la caótica situación del país favorece a estas redes de tráfico de personas. Cuatro años después de la caída del dictador Muamar al Gadafi, Libia se resquebraja entre los enfrentamientos de milicias rivales y dos gobiernos que se disputan el poder: uno en Tobruk, en el este, y uno islamista en la capital, Trípoli, que no está reconocido a nivel internacional.
Los traficantes son los “señores del mar”, afirma un oficial de la vigilancia costera griega. Pero también por tierra, a través de Turquía, riadas de personas procedentes de Oriente Medio y Próximo intentan alcanzar Europa occidental. Muchos se quedan meses varados en Grecia y, según AI, hay otros cuatro millones de refugiados sirios que tratan de sobrevivir en Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto.
Gran parte de los emigrantes que intenta llegar a Europa proviene de África. Muchos huyen de la violencia islamista en Nigeria y Somalia y de los conflictos étnicos o religiosos en Sudán del Sur o de la República Centroafricana. A ello se suman la inestabilidad política de Burundi y la enorme pobreza que sufren países como Etiopía.
La mayoría de refugiados africanos que llegan en barco a Europa proceden de Eritrea. Expertos acusan al régimen del presidente Isaias Afewerki de ordenar ejecuciones arbitrarias o torturas sistemáticas. Pero hace tiempo que no todos los refugiados optan por embarcarse en el peligroso viaje rumbo al Viejo Continente: la mayoría, huye a través de las fronteras hacia los países vecinos.
En el sudeste asiático, miles de refugiados procedentes de Mianmar y Bangladesh se quedaron varados en mayo de camino a Tailandia, Malasia e Indonesia. Hombres, mujeres y niños tuvieron que pasar días sin comida, agua ni asistencia médica, hasta que Filipinas, Indonesia y Malasia los aceptaron. La mayoría pertenece a la minoría musulmana de los rohingya, que huyen de la persecución en Mianmar, donde las autoridades no reconocen sus derechos.
“Myanmar niega hasta el momento la situación”, criticaba recientemente el presidente de AI para Asia y la región del Pacífico, Richard Benett. La ONG Human Rights Watch exigía además a la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) que tomara cartas en el asunto: su política de no intromisión no es compatible con los desafíos de la situación actual, alegan.
También en América la gente se ve obligada a abandonar sus lugares de origen, y no sólo por motivos económicos. Honduras y El Salvador están considerados dos de los países más peligrosos del mundo. Decenas de miles de emigrantes intentan cada año cruzar la frontera entre México y Estados Unidos y muchos centroamericanos viajan como polizones en trenes de mercancías rumbo al norte.
La ruta, por la que se viaja a bordo del tren conocido como “La Bestia”, está controlada por organizaciones criminales. Allí, los atracos, secuestros, violaciones y asesinatos están a la orden del día. El año pasado, numerosos menores cruzaron sin sus padres la frontera sur de Estados Unidos, aunque en la mayoría de los casos los niños son detenidos en México y expulsados.
“La crisis de refugiados en uno de los principales retos del siglo XXI”, señala AI. “Pero hasta la fecha, la comunidad internacional ha fallado miserablemente”, lamenta su secretario general, Salil Shetty. Según la organización, un millón de refugiados necesita acogida urgente en un país seguro.