Brasilia, 29 oct (VOA) – A escasas horas de que los centros de votación abran sus puertas por todo Brasil este domingo, el actual presidente, Jair Bolsonaro, y el exmandatario y también candidato Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva apuran sus últimas opciones para intentar desequilibrar a su favor unas elecciones que se prevén especialmente ajustadas, un detalle que, tratándose de dos personajes antagónicos, pone de manifiesto la fuerte polarización del país.
Según los últimos datos divulgados esta semana por el Instituto Ipec y el Grupo Globo, Lula, con un 50% de la intención de voto, aventaja en siete puntos a Bolsonaro, que cuenta con un 43%, unas cifras que se han mantenido relativamente estables en las últimas semanas y que, teniendo en cuenta el margen de error, podrían resultar en una larga noche de escrutinio el 30 de octubre.
Se trata de un panorama, por lo tanto, incierto; pero también inesperado.
Cuando Lula anunció oficialmente su vuelta a la primera línea de la política como candidato presidencial por el Partido de los Trabajadores (PT), tras haber estado preso por corrupción y haber sido finalmente exonerado por la Justica, acumulaba más de 15 puntos porcentuales de ventaja sobre el actual mandatario. Por entonces, pocos auguraban una segunda vuelta.
Pero entonces llegó la votación del pasado 2 de octubre y, contra todo pronóstico, ni Lula logró una mayoría absoluta, ni Bolsonaro tuvo problemas para pasar a la siguiente ronda. El socialista acabó cosechando el 48,43% de los votos, mientras que el líder conservador pasó el corte con un 43,20%. Es por ello que muchos brasileños se preguntan, ¿cómo se ha llegado a esta situación?
Elección por rechazo
Muchos atribuyen el paso al frente dado por Bolsonaro en la primera vuelta a que esta es una elección en la que los votantes están motivados principalmente por el “rechazo”.
“Esta es una elección del rechazo, no de escoger al que represente los mejores ideales de uno”, dijo a The Associated Press Thiago de Aragão, director de estrategia del grupo de análisis políticos Arko Advice.
“La mayoría de los simpatizantes de Bolsonaro no necesariamente aman a Bolsonaro, ni lo apoyan, sino que odian más a Lula. Y viceversa. Ellos son dos de los políticos más rechazados en la historia de Brasil”, acotó De Aragão.
Precisamente, en un intento por aumentar su base de votantes, en abril, Lula anunció que su otrora adversario, el político de centro-derecha Geraldo Alckmin, sería su compañero de fórmula.
Por su parte, Bolsonaro cuenta con un sólido apoyo por parte del electorado evangélico, que ya resultó clave en su victoria electoral de 2018. Sin embargo, el actual mandatario, que fue criado como católico y bautizado en el río Jordán por un pastor evangélico durante una visita a Israel antes de su llegada al Palacio de Planalto, ha perdido cierto apoyo en los últimos tiempos.
Lula aprovechó la coyuntura para lanzar a mediados de octubre la ‘carta a los evangélicos’, un manifiesto con el que buscaba aplacar la aversión de ese poderoso electorado. Bolsonaro no dudó en responder apoyando una intensa campaña en las redes sociales con mensajes tales como que Lula se comunica con el demonio; un episodio más en el torrente de desinformación que enmarca los comicios.
Imagen y desinformación
La imagen, sin duda, será uno de los puntos clave de estos comicios. Y eso es algo que ambos candidatos saben perfectamente. Mientras que Bolsonaro pone en duda la honestidad de su contrincante, Lula retrata al líder del Partido Liberal como una persona carente de humanidad.
“Decimos sí a la propiedad privada. Respetamos a los hombres que trabajan en el campo. Creemos en el derecho a la autodefensa. Éste es el país que queremos, no un país de ladrones”, espetó Bolsonaro a Lula durante el debate del pasado 17 de octubre, en clara referencia a los escándalos de corrupción que han acabado por ensombrecer la presidencia de Lula, de 2003 a 2011.
La réplica de Lula, en referencia a los miles de brasileños que fallecieron en la pandemia: “No querías entender el sufrimiento del público”.
Esta animadversión personal que ambos se profesan preocupa a numerosos analistas, que temen que el antagonismo, en un ambiente caldeado por la desinformación, puedan desembocar en una crisis institucional.
En la misma línea de su mentor político y amigo, el estadounidense Donald Trump, Bolsonaro viene desde hace meses acusando a las empresas de sondeos de “mentir” en las encuestas y sembrando dudas sobre la seguridad del proceso de votación. Tal ha sido su insistencia que hasta el Tribunal Superior Electoral ha tenido que tomar cartas en el asunto en varias ocasiones para transmitir seguridad en torno al proceso.
De hecho, esta misma semana, la agencia Reuters reportó que el TSE se está preparado para que Bolsonaro impugne una posible victoria de su contrincante, lo que podría movilizar manifestaciones, según personas familiarizadas con los preparativos del tribunal que pidieron el anonimato para compartir la información.
El viernes, el portavoz del Departamento de Estado de EEUU, Ned Price, quisó también expresar la total confianza de Washington en el proceso electoral del gigante sudamericano. “La elección en la primera ronda se llevó a cabo con credibilidad, con transparencia, y el pueblo de Brasil, Estados Unidos y los países de todo el mundo tienen plena confianza en que Brasil podrá realizar la segunda vuelta y la ronda final de la misma manera”, aseguró en rueda de prensa.
Por contra, aliados de Lula han llegado a recurrir a un video de 2016 en el que el entonces diputado Bolsonaro afirmaba que cometería canibalismo durante una visita a una tribu indígena. Las autoridades electorales prohibieron el video de la campaña.
“La naturaleza de la desinformación electoral ha cambiado durante el último mes. Antes de la primera ronda de votaciones, se trataba principalmente de que Bolsonaro y sus partidarios usaran tácticas de negación electoral”, comentó esta semana a la Voz de América Philip Friedrich, analista de investigación de tecnología y elecciones de Freedom House.
El experto considera que “ahora” las distintas “narrativas” están centrándose en “afirmaciones sensacionalistas, descontextualizadas y potencialmente dañinas”.
“Por ejemplo, que Lula se asocia con Satanás y Bolsonaro abraza el canibalismo”, concluyó.
Cuestión de popularidad
No cabe duda de que se trata de unos comicios muy personalistas, en los que, más allá del programa electoral, los votantes decidirán en función del candidato.
En este sentido, Bolsonaro, como actual presidente de Brasil, enfrenta la dificultad de tener que rendir cuentas por sus cuatro años de mandato marcados por su polémico manejo de la pandemia, pero también por la reducción de la violencia en el país. El portal Monitor da Viôlencia, del grupo Globo, registró en los tres primeros meses del año una disminución del 6 % en los homicidios en Brasil. En todo el año 2021, la reducción fue de 7%.
A pesar de ello, según datos de Datafolha, apenas un 38% de los brasileños aprueba la gestión de Bolsonaro. Por el contrario, un 39% lo reprueba directamente.
Frente a eso, está la figura de Lula da Silva, que tras sacar a millones de brasileños de la pobreza, aún conservaba unos elevados índices de popularidad cuando abandonó el Palacio de Planalto, en 2011. Sin embargo, esa popularidad se ha visto tamizada por las investigaciones del escándalo Lava Jato y por los múltiples casos de corrupción en su gobierno que con los años se han acabado destapando.
Esta percepción de ambos líderes que tiene el pueblo brasileño queda patente en un dato -de nuevo de Datafolha- que ambos comparten, el 27%. En el caso de Bolsonaro, esa figura representa el número de brasileños que votará al actual mandatario “por su imagen”, mientras que en el caso de Lula esa cifra equivale al número de votantes que dice que le brindará su apoyo “por su agenda social”.
En definitiva, son unos comicios no solo ajustados, sino, además, extremadamente polarizados, en los que más allá de la agenda política, lo que está en juego es la manera de entender Brasil; es decir, el futuro de la nación.