Nueva York, 20 jul (VOA) – Las personas de todo el mundo viven ahora vidas más largas y saludables que las de hace apenas medio siglo, pero el cambio climático amenaza con deshacer eso.
En todo el planeta, los animales —y las enfermedades que transmiten— están cambiando para adaptarse a un planeta alterado. Y no están solos: las garrapatas, los mosquitos, las bacterias, las algas e incluso los hongos están cambiando o ampliando sus rangos históricos para adaptarse a condiciones climáticas que evolucionan a un ritmo sin precedentes.
Estos cambios no ocurren en el vacío. La deforestación, la minería, la agricultura y la expansión urbana están acabando con las restantes zonas silvestres del mundo, lo que contribuye a una pérdida de biodiversidad que se produce a un ritmo no visto en la historia humana.
Las poblaciones de especies de las que los humanos dependen para su sustento disminuyen y son empujadas a porciones de hábitat cada vez más pequeñas, lo que crea nuevos focos de zoonosis: enfermedad o infección que se da en los animales y que es transmisible a las personas en condiciones naturales.
Al mismo tiempo, aumenta la cantidad de personas que experimentan las repercusiones extremas de un planeta que se calienta. El cambio climático desplaza a unos 20 millones de personas cada año, gente que necesita vivienda, atención médica, alimentos y otros elementos esenciales que ejercen presión sobre sistemas ya frágiles que están cada vez más presionados.
Todos estos factores crean condiciones propicias para las enfermedades humanas. Los viejos males y los nuevos se están volviendo más prevalentes e incluso aparecen en lugares donde nunca se habían encontrado. Los investigadores han comenzado a juntar un mosaico de evidencias que muestra la enorme amenaza que las enfermedades provocadas por el cambio climático representan para la salud humana en la actualidad y el alcance de los peligros por venir.
“Esto no es solo algo allá en el futuro”, alerta Neil Vora, médico de Conservation International (Conservación Internacional, una organización sin fines de lucro). “El cambio climático está aquí. La gente está sufriendo y muriendo en este momento”.
Las investigaciones muestran que el cambio climático influye en la propagación de enfermedades de varias maneras importantes.
Para escapar del aumento de las temperaturas en sus rangos nativos, los animales ya comienzan a trasladarse a zonas más elevadas y frescas, portando enfermedades consigo. Esto representa una amenaza para las personas que viven en esas áreas y también conduce a una mezcla peligrosa entre los animales recién llegados y las especies existentes.
La gripe aviar, por ejemplo, se está propagando con mayor facilidad entre animales salvajes a medida que el aumento del nivel del mar y otros factores empujan tierra adentro a especies de aves que anidaban en las costas, donde es más probable que se encuentren con otras especies. Tarde o temprano, las enfermedades que saltan entre especies tienden a tener más facilidad para dar el salto a los seres humanos.
Los inviernos más cálidos y los otoños y primaveras más suaves permiten que los portadores de patógenos —garrapatas, mosquitos y pulgas, por ejemplo— permanezcan activos durante más tiempo durante el año. Los períodos activos ampliados significan temporadas de apareamiento extendidas y menos activas durante los meses fríos del invierno.
Durante la última década, el noreste de Estados Unidos ha visto una proliferación masiva de garrapatas de patas negras, portadoras de la enfermedad de Lyme, y los inviernos más cálidos han jugado un papel decisivo en esa tendencia.
Los patrones climáticos erráticos, como los períodos de extrema sequía y de inundaciones, crean condiciones para que se propaguen ciertas enfermedades. El cólera, una bacteria transmitida por el agua, prospera durante la temporada del monzón en los países del sur de Asia cuando las inundaciones contaminan el agua potable, especialmente en lugares que carecen de infraestructura sanitaria de calidad.
La fiebre del Valle, un patógeno transmitido por hongos que crecen en el suelo del oeste de Estados Unidos, florece durante los períodos de lluvia. La sequía severa que tiende a seguir a la lluvia en esa parte del mundo marchita las esporas del hongo y les permite dispersarse más fácilmente en el aire ante la menor perturbación —como la bota de un excursionista o el rastrillo en un jardín— y encontrar su camino hacia el interior del sistema respiratorio humano.
Estos impactos provocados por el clima están cobrando un precio muy alto en la salud humana. Los casos de enfermedades relacionadas con los mosquitos, las garrapatas y las pulgas se triplicaron en Estados Unidos entre 2004 y 2016, según los Centros para la Prevención y el Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés). La amenaza se extiende más allá de las enfermedades transmitidas por vectores comúnmente reconocidos. Las investigaciones muestran que más de la mitad de todos los patógenos que se sabe que causan enfermedades en los humanos pueden empeorar con el cambio climático.
El problema se agrava a medida que pasa el tiempo. La Organización Mundial de la Salud estima que entre 2030 y 2050, apenas un puñado de amenazas relacionadas con el clima, como la malaria y la inseguridad del agua, cobrarán un cuarto de millón de vidas adicionales cada año.
“Creo que hemos subestimado drásticamente no solo cuánto el cambio climático ya está cambiando los riesgos de enfermedades, sino también cuántos tipos de riesgos están cambiando”, advierte Colin Carlson, biólogo de Cambio Global en la Universidad de Georgetown.
Señala que si bien conectar los puntos entre las enfermedades transmitidas por garrapatas y el cambio climático, por ejemplo, es un trabajo científico relativamente sencillo, la comunidad científica y la gente en general deben estar conscientes de que los impactos del calentamiento global en las enfermedades también pueden manifestarse de muchas otras maneras que son menos obvias. La pandemia de COVID-19 es un ejemplo de la rapidez con la que una enfermedad puede transmitirse a través de todo el planeta y cuán profundamente complicada puede ser la respuesta de salud pública ante tales amenazas.
“Creo que hay mucho más de qué preocuparse en términos de amenazas de epidemias y pandemias”, añade.
El mundo tiene las herramientas que necesita —redes de vigilancia de la vida silvestre, vacunas, sistemas de alerta temprana— para mitigar los impactos de las enfermedades provocadas por el clima. Algunas de esas herramientas ya se han implementado a escala local con gran eficacia. Lo que queda por ver es qué tan rápido los gobiernos, las organizaciones no gubernamentales, los proveedores de salud, los médicos y la ciudadanía pueden trabajar a través de las fronteras para desarrollar e implementar un plan de acción global.