Óscar Ramírez decidió volver del retiro para sentarse, otra vez, en el único banquillo que realmente siente como propio: el de Liga Deportiva Alajuelense. No regresó para empezar de cero, ni para reconstruir desde el olvido. Regresó con una herida abierta.
La final perdida ante Club Sport Herediano fue el punto de quiebre emocional. Esa medalla de subcampeón, la que nadie quiere, la que muchos esconden en un cajón, se convirtió en el eje de un método tan incómodo como efectivo. Ramírez no permitió que se olvidara. Al contrario, la puso al centro de todo.
En el Centro de Alto Rendimiento (CAR), aquel metal plateado colgaba de una puerta. Cada vez que se abría o se cerraba, golpeaba. Sonaba. Molestaba. Recordaba.
El ruido que no dejaba avanzar
La historia la reveló Washington Ortega, uno de los líderes del camerino campeón, ahora que todo está dicho y el título ya está en casa.
“Tenía la medalla del segundo puesto con Heredia, que la puso en la puerta. Entonces, cerraba y golpeaba siempre. Y era: ‘Mirá, salimos segundos y vamos a salir campeones’”, contó el arquero.
No era un gesto simbólico. Era una estrategia. Ramírez obligó a sus jugadores a convivir con el recuerdo del fracaso para transformarlo en hambre. No había charla técnica ni sesión de video en la que el “Macho” no regresara a ese punto.
“En cada video recalcaba eso, que no me olvido de la medalla, de cómo llorábamos todos… la medalla que no queríamos y que teníamos que ganar la otra”, relató Ortega.
Una herida que se volvió método
El mensaje era constante, casi martillante. El segundo lugar no debía doler menos con el tiempo; debía doler lo suficiente como para no repetirse. El efecto fue inmediato: el camerino entendió que el objetivo no era competir bien, sino ganar.
La táctica fue tan poderosa que el propio Ortega la replicó fuera del club.
“A mí me la hizo y no la puse en la puerta, sino que cuando abro la puerta del apartamento tengo todas las medallas ahí y esa la tenía como en la mitad, que resaltara”, confesó.
Detrás de la broma, había una admiración profunda por un entrenador que volvió para cuidar la mística del club y despertar la rebeldía justa.
“A mí me encanta. Cuando él llegó lo dije en la arenga: lo tenemos que cuidar, porque es una persona muy importante para el club. Ha ganado mucho y él tenía que llegar y ganar nuevamente”, añadió el guardameta.
El regreso del ganador
Óscar Ramírez, perfil bajo, tímido, casi de labriego, es una leyenda viva del club. El técnico más ganador en la historia de Alajuelense volvió con una promesa clara al camerino. Y la cumplió.
“Nos decía: ‘Salgamos campeones y yo bailo donde sea, con ustedes estoy ahí’”, recordó Ortega entre risas.
Y bailó. En la premiación, en el festejo, y luego en videos que se viralizaron en redes sociales, dejando claro que el “Macho” no solo convierte heridas en títulos, sino que también sabe celebrar cuando el trabajo está hecho.
Hoy, aquella medalla que golpeaba la puerta ya no suena.
Fue reemplazada por el oro.
La insistencia “insoportable” del técnico sanó la herida y devolvió a Alajuelense al trono. Porque a veces, para ganar, no hay que olvidar el dolor…
hay que aprender a escucharlo todos los días.