Por Daniel García Marco (dpa)
Miami/Chicago, 25 feb (dpa) – Derrick Rose asumía con paciencia que en casi cualquier encuentro con los reporteros se le preguntara sobre sus rodillas. La tercera lesión, la tercera cicatriz, la tercera recuperación alimentan las dudas sobre su carrera en la NBA porque lo obligan a empezar de nuevo de cero.
“Perderse dos años, volver, estar compitiendo. No sé si mucha gente puede hacer eso”, afirmó Rose en enero en una entrevista con el diario “USA Today”. Estaba ganando confianza, regularidad, recordando por momentos al jugador que fue MVP en 2011.
Este mes, antes del All-Star, había anotado 30 puntos en un triunfo de prestigio ante los Cleveland Cavaliers de LeBron James.
Pero el martes por la noche, de nuevo la contrariedad: los Bulls anunciaron que Rose deberá pasar otra vez por el quirófano por una rotura en el menisco de la rodilla derecha.
No se sabe aún cuánto estará fuera de las canchas. Podría volver para los playoffs, pero conociendo el historial médico del jugador, en los medios y entre sus colegas de profesión cundió el catastrofismo. Como cada vez que esta temporada se perdía un partido, cuando se encendía la luz de alarma. Chicago, siempre en vilo.
“No creo que deje nunca de luchar”, afirmó a “USA Today”, consciente de que las cicatrices estaban en la rodilla, pero también en la cabeza y que nunca desaparecerían.
¿Podrá volver por tercera vez? El base sufrió en abril de 2012 una fractura del ligamento cruzado anterior de la rodilla izquierda, por lo que se perdió toda la temporada 2012-2013. Muchos no entendieron por qué tardó año y medio en regresar cuando otros jugadores necesitaron por la misma lesión seis meses de baja.
Rose se alejó de todo, pasó tiempo con sus hijos, trabajó con paciencia, sin precipitarse. Marcó sus tiempos porque estaba decidido a volver justo donde lo dejó.
Pero al poco de regresar la pasada temporada, en noviembre de 2013, se rompió el menisco de la rodilla de derecha, el mismo que se lesionó ahora, y ya no jugó más. Sólo diez partidos disputados en dos temporadas.
Esta campaña, con 26 años, había vuelto a las canchas, gozaba de continuidad y había tenido momentos brillantes. Había disputado 19 partidos seguidos y 30 de los últimos 31. En 31 minutos de juego promediaba 18,4 puntos y cinco asistencias.
“Sé hacia dónde estoy yendo. Sé lo bueno que soy, confío en mi trabajo y en mi calidad”, dijo en enero, dejando ver un plan que le llevaría a estar al 100 por ciento, a presentar su mejor versión en abril, en los playoffs, donde realmente se juega todo.
Si él tenía dudas, no las dejaba ver. “Sé que voy a ganar un título pronto”, afirmó confiado el 29 de septiembre del año pasado en el día de presentación de los Bulls.
Su recuperación y la llegada del español Pau Gasol hicieron de los Bulls un candidato. Ahora buscarán el anillo seguramente sin su estrella. Pero Chicago se acostumbró a jugar sin Rose.
Aaron Brooks y Kirk Hinrich harán de bases y Jimmy Butler y Gasol, como ha sucedido durante la temporada, sostendrán las posibilidades de los Bulls, terceros en la Conferencia Este con un balance de 36-21. Rose lo verá de nuevo todo desde el banquillo por un tiempo.
Nada fue fácil nunca para el jugador que nació en una familia pobre, sin padre, en un barrio conflictivo de Chicago al que ahora trata de ayudar con los muchos millones que gana.
Llegó a la cima, pero las rodillas no lo mantuvieron. Rose es víctima de su juego explosivo, de su propia capacidad atlética, la que maravilló nada más llegar a la NBA. Su don es su castigo.
“Todavía tengo objetivos por lograr, partidos por ganar. Aún quiero jugar en la NBA y ganar un título. Tengo mucha carrera por delante. Sólo tengo 26 años. Amo este juego”, dijo en enero a “USA Today”. Para encontrar fuerzas deberá repetírselo de nuevo. Por tercera vez.
