No fue el más estridente. Tampoco el más complaciente con el micrófono. Óscar Ramírez se construyó desde otro lugar: el del trabajo silencioso, la coherencia y los resultados. En un medio donde muchas veces se aplaude más la forma que el fondo, el “Macho” eligió que hablaran los títulos.
“Yo sé lo que soy. Tal vez seré un polo, y me vanaglorio de eso; de representar a la gente de ese tipo, porque mi papá es de esa manera y mi mamá también, y no pretendo ser de otra manera. Se ve lo que soy”, aseguró el pasado 20 de diciembre en declaraciones a Tigo Sports. La frase no fue una defensa: fue una definición.
El respeto ganado, no pedido
El respeto que hoy rodea a Ramírez no llegó por discursos elaborados ni por alianzas cómodas. Llegó por ganar. Seis títulos nacionales con Alajuelense, una Copa Centroamericana en 2025 que selló el tricampeonato regional, un título de Copa y una Recopa en el país. Y, fuera del ámbito de clubes, una clasificación mundialista con la Selección de Costa Rica y la dirección del equipo en Rusia 2018.
Paradójicamente, por ganador fue atacado con premeditación. No dirigía a Saprissa, y eso incomodó a algunos sectores acostumbrados a leer el fútbol desde trincheras. Ramírez nunca entró en esa dinámica. Siguió su camino.
Ocho años de silencio y un regreso con sentido
Tras el Mundial de Rusia, se apartó de las pizarras y de las canchas durante ocho años. No por desgaste, sino por convicción. Regresó el 18 de abril, cuando Alajuelense atravesaba un punto de quiebre tras la salida de Alexandre Guimaraes. No prometió magia inmediata: ofreció método.
En el Clausura 2025 perdió la final ante Herediano. La derrota, lejos de diluirlo, lo definió aún más. La medalla de subcampeón quedó colgada detrás de la puerta del camerino. Cada vez que la puerta se cierra, el golpe seco recuerda —según contó Washington Ortega en El Picadito de Monumental— que en ese club no se viene a ser segundo.
Un técnico que conoce la ruta
La llegada del gerente deportivo Carlos Vela, en junio, terminó de encajar las piezas. En el primer semestre de su gestión, el club ganó todo lo que disputó en masculino y femenino. Vela lo resumió sin rodeos, un día antes de la final ante Xelajú, en Guatemala: “Es un tipo muy ganador, un técnico que se sabe la ruta al éxito. Es un privilegio trabajar a su lado”.
El “polo” que manda en la élite
Ramírez no se disfraza de lo que no es. No busca validación externa. Su identidad —esa que algunos quisieron caricaturizar— se convirtió en su mayor fortaleza. En un fútbol donde el ruido suele tapar el contenido, el “Macho” eligió que el respeto llegara por el camino más difícil y más sólido: ganar.
Y ganó. Por eso hoy, incluso quienes lo cuestionaron, no discuten lo esencial. Óscar Ramírez no pidió respeto. Lo impuso a base de triunfos.
