Por Ignacio Encabo (dpa)
Madrid/Shanghai, 28 mar (dpa) – Pícaro, inquieto y travieso, Javier Fernández seguramente no era el alumno favorito de los profesores de su escuela, pero todos ellos recordarán hoy a ese niño “lagartija” que tuvo que “huir” de España para convertirse en campeón del mundo.
Fernández logró hoy algo inédito en la historia del deporte español: conquistar un oro mundial en patinaje artístico sobre hielo, una disciplina desconocida en un país que dedica casi todas sus miradas al fútbol.
Nacido en Madrid el 15 de abril de 1991, Fernández emigró con 17 años en busca del hielo y de las condiciones idóneas para mejorar su técnica. Pasó un año en Estados Unidos, otro en distintas ciudades de Europa y después se instaló en Toronto. Fue una de las decisiones más duras que tomó en su vida: alejarse de su familia, de sus amigos y de su ciudad.
“Me encantaría entrenar en España. No es lo mismo estar en un país lejos de todo. Lo que quieres es entrenar en casa”, dijo Fernández a dpa en enero.
Pero los cuatro años llenos de éxitos que vivió desde su mudanza demuestran que no se equivocó. “Por supuesto que merece la pena y por eso llevo tanto tiempo viviendo fuera de España. No porque yo quiera personalmente, sino porque lo necesito”, explicó hace un año en los Juegos Olímpicos de Sochi, donde fue cuarto.
Fueron momentos complicados los que vivió “Superjavi” o “Javixi”, como se hace llamar, para adaptarse a su nueva vida en Toronto, donde se puso a las órdenes del entrenador Brian Orser.
“El no estar con la familia, con los amigos, el muchas veces decir: ‘Pues ahora mismo me iba a la calle con mis amigos y me tiraba toda la tarde sentado en un banco hablando’. Esas cosas son tonterías, pero cuando no las tienes se echan mucho de menos”.
Cuando regrese a Madrid de Shanghai a ver a sus amigos ya se podrá sentar en el banco con una medalla de oro mundial al cuello. Hasta ahora lo podía hacer con tres oros europeos y dos bronces mundiales.
Dueño de un cuerpo elástico hasta el extremo y capaz de hacer unos giros imposibles, Fernández bailó hoy sobre hielo derrochando adrenalina, la misma que en el colegio le hacía moverse constantemente, como una lagartija. De ahí, que uno de sus apodos sea “lagartijo”.
“Viene de un entrenador español, con el que trabajé la mitad del tiempo que estuve entrenando en España. Viene de que no paraba quieto, de que era muy travieso y de que siempre me estaban castigando. De pequeño era como una lagartija, que no para quieta. Era un revoltoso”.
Ahora, con 23 años, es un hombre más sereno. Y la serenidad puede ser una buena aliada para soportar la presión que tendrá dentro de tres años en los Juegos de Pyeongchang 2018, donde será la gran baza de España, un país que no sube al podio en unos Juegos de Invierno desde el bronce de Blanca Fernández Ochoa en el slalom de Albertville 1992.
Pero Fernández toma distancia: “Si tienes grandes expectativas y a lo mejor no puedes llegar, te puedes pillar una buena depresión. El no conseguir una meta en el deporte de alto rendimiento puede ser un palo bastante grande”.