Copa Centroamericana

Alajuelense: Aficionado describe momento de terror al ser atacado por barra del Comunicaciones

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Christian Castro, un fiel aficionado de Alajuelense, vivió una pesadilla durante su viaje a Guatemala para apoyar a su equipo en el partido contra Comunicaciones en el Estadio Cementos Progreso. Lo que comenzó como una celebración junto a su esposa por su aniversario, terminó en una agresión brutal cuando, dentro del estadio, un grupo de seguidores del equipo local lo atacó violentamente. “No entiendo cómo dentro del estadio una persona saca un tubo para darme en la cabeza, eso es para matar a alguien”, relató Castro tras salir del hospital.

El aficionado explicó que habían llegado temprano al estadio y, aunque tuvieron un altercado inicial con un grupo de seguidores, la situación escaló rápidamente cuando fueron acorralados. Los agresores le quitaron la camiseta de Alajuelense mientras lo golpeaban y le causaron varias heridas en la cabeza. Su esposa también fue agredida físicamente, lo que aumentó el miedo y la angustia que sintieron durante el ataque.

A pesar de la intervención del personal de seguridad, la violencia no cesó hasta que ambos fueron auxiliados y trasladados en una ambulancia. Castro expresó su frustración por la falta de patrullas policiales que les permitieran salir del lugar con seguridad. Durante dos horas, estuvieron incomunicados y atrapados dentro de la ambulancia hasta que finalmente fueron escoltados al Hospital San Juan de Dios, donde fue atendido y recibió múltiples suturas.

Castro, quien lleva años apoyando a Alajuelense, no perdió su amor por el fútbol a pesar del traumático incidente. Aunque sufre las secuelas físicas y emocionales del ataque, reafirma su pasión por el deporte y el equipo que tanto ama. Sin embargo, deja un mensaje claro sobre la violencia en los estadios: “El fútbol es para disfrutar, no para agredir. No da para tanto”.

Este fue el relato que brindo a Puro Deporte:

Nunca pensé que un viaje que habíamos planeado con tanto entusiasmo terminaría de esta manera. Mi esposa y yo estábamos celebrando nuestros nueve años de casados y, siendo ambos aficionados apasionados de Alajuelense, coincidió que el equipo jugaba en Guatemala justo en esas fechas. Era la excusa perfecta para hacer algo especial: viajar, disfrutar de una nueva ciudad y ver a nuestro equipo.

Todo parecía perfecto. Llegamos el martes a Ciudad de Guatemala, el mismo día que el equipo también aterrizó. Hasta tuvimos la suerte de coincidir en el mismo vuelo y mi esposa se emocionó al tomarse fotos con algunos jugadores. Al principio, la ciudad nos trató bien. Caminamos por el centro histórico con nuestras camisetas de la Liga sin ningún problema. Incluso escuché que las barras estaban prohibidas en el estadio, pero que los aficionados podíamos asistir sin preocupaciones. Con esa tranquilidad, nos preparamos para el partido.

El jueves en la tarde, salimos rumbo al Estadio Cementos Progreso. Llegamos alrededor de las 5:00 p.m., un poco antes del partido, y lo primero que hice fue ponerme una chamarra de la Liga porque el clima estaba algo frío. Entonces ocurrió lo que jamás esperé. Un aficionado de Comunicaciones se me acercó gritándome insultos y lanzó una lata de cerveza en nuestra dirección. Intenté calmarlo, diciéndole que solo estábamos ahí para disfrutar del partido, pero parecía que la situación se estaba saliendo de control.

Apenas cruzamos la entrada del estadio, un grupo de personas comenzó a seguirnos, nos empujaron y me acorralaron. Mi esposa logró correr hacia otro lado, pero a mí me rodearon y comenzaron a golpearme. Todo pasó muy rápido. Querían quitarme la camiseta y la chamarra de la Liga. Recuerdo a alguien del equipo de seguridad diciéndome que soltara la camisa para que me dejaran en paz, pero no se detenían. Me siguieron golpeando mientras yo trataba de protegerme como podía. En medio de todo, lo único que logré conservar fue mi celular.

La agresión escaló. De repente, un hombre grande apareció frente a mí. Me insultó y antes de que pudiera reaccionar, sacó un tubo y me golpeó en la cabeza. No sé cómo, pero logré desviar el segundo golpe con la mano, aunque el daño ya estaba hecho. Estaba ensangrentado y aturdido. Mientras me seguían golpeando, solo podía pensar en mi esposa. No sabía dónde estaba ni si ella también había sido atacada.

Finalmente, el equipo de seguridad logró intervenir y me llevaron a una zona donde me atendieron. Para entonces, ya tenía varias heridas en la cabeza. Mi esposa, por su parte, también había sido agredida. Un hombre le dio una patada y un par de personas la golpearon en la cara. A pesar de todo, estaba más preocupada por mí que por ella misma.

Nos tuvieron que meter en una ambulancia mientras esperábamos que la policía llegara, lo cual tardó horas. Finalmente, nos trasladaron al hospital, donde me suturaron las heridas: cinco puntadas en una parte de la cabeza, seis en otra y tres más en una tercera. El doctor me dijo que tuve suerte de que las heridas no fueran profundas, porque de lo contrario podría haber sido mucho peor.

Ahora, mi esposa está aterrada, temerosa de que puedan venir al hotel a hacernos más daño. Nos sentimos inseguros y lo único que queremos es regresar a casa. Jamás imaginé que algo tan violento pudiera ocurrir en un estadio. Aún estoy procesando todo lo que pasó. Lo que más me duele es pensar en mi madre, que tiene 87 años, y no sabe nada. Solo espero poder llamarla pronto para decirle que estamos bien.

Esto no es fútbol. El fútbol es pasión, es alegría, pero nunca debería ser motivo para casi matar a alguien. A pesar de todo, seguiré siendo liguista hasta la muerte, aunque después de lo que vivimos, siempre llevaré conmigo la lección de que la violencia no tiene lugar en el deporte.