Los Ángeles, 31 ago (dpa) – Wes Craven sabía ofrecer al público lo que quería: “¡Sangre! Siempre es la sangre. Ahí es cuando gritan”, dijo hace un par de años, resumiendo una receta que se mantuvo vigente durante décadas y le valió numerosos éxitos. El cineasta estadounidense se convirtió en uno de los maestros del terror más influyentes de nuestro tiempo, revolucionó el género y dejó como legado numerosos clásicos hasta que el cáncer se lo llevó en la noche del domingo.
Nadie fue realmente capaz de prever que Craven se convertiría en uno de los más importantes cineastas de las últimas décadas. Se crió en Cleveland (Ohio), una gran ciudad, pero de provincias, en una familia de estricta fe bautista. El alcohol, el tabaco o jugar a las cartas quedaban por tanto prohibidos para el joven, al igual que ir al cine. Así, Wesley, como reza su nombre de pila, estudió Literatura y Psicología en la reputada Universidad Johns Hopkins. A Hollywood llegó por casualidad, pero lo hizo para quedarse y reinventar todo un género.
Su primera película, “The Last House on the Left”, es una versión libre de un filme de Ingmar Bergman en la que Craven firma también el guión. En el filme, que en el ámbito hispanohablante se tradujo como “La última casa a la izquierda”, “Pánico a medianoche” o “Ultraje al amanecer”, un par de jóvenes violan y asesinan a dos chicas, cuyos padres emprenden una sangrienta venganza. Esa sería la clave para los títulos venideros de Craven y decenas de imitadores: ¡Venganza! La venganza de las víctimas o de sus familiares hacia unos agresores que se convierten en víctimas y que en su mayoría eran encarnados por adolescentes, igual que el público al que se dirigían los filmes.
Y eso mismo sucedía en las películas de la saga “A Nightmare on Elm Street”: el argumento giraba en torno a jóvenes que soñaban que eran víctimas de un asesino en serie, y algunos acababan siendo asesinados en la vida real. La primera entrega, en 1984, costó 1,8 millones de dólares y recaudó 15 veces más. Le siguieron otras ocho, una serie de televisión y diversos cómics y publicaciones. El protagonista de la saga, Fredy Krueger, ese personaje de rostro desfigurado, camisa a rayas rojas y negras y guante de cuchillas, se convirtió en figura de culto.
Muchos pensaron que con aquella saga llegaba el punto culminante de esta nueva ola de cine de terror, pero se equivocaron. En 1996, Craven volvió a inocular el miedo a los espectadores con “Scream”, que multiplicó por 17 en las arcas su presupuesto de 15 millones. No sorprende que “Scream 2” llegara apenas un año después, seguida de una tercera y cuarta entrega y, este año, de una serie de televisión. Drew Barrymore, Courteney Cox, Neve Campbell, David Arquette, Rose McGowan, Liev Schreiber, Patrick Dempsey, Jenny McCarthy, todas fueron víctimas del asesino de la máscara, convertida en imprescindible en cualquier fiesta de Halloween.
“Como creador de cine de terror, me digo que quiero mostrarles toda la verdad, y ésta es sangrienta, atroz y peligrosa”, dijo el cineasta en una ocasión. En sus películas no faltan los cadáveres troceados, rajados o colgados, ni tampoco las torturas, todo regado en sangre. Pero Craven también era capaz de filmar otro tipo de cine, como el melodrama “Music of the Heart” (1999), con Meryl Streep como una mujer desgarrada que recupera el sentido de la vida enseñando a niños de Harlem a tocar el violín. Pero cuando el público escuchaba el nombre de Craven, lo que quería era sangre.
¿Y el propio cineasta? Paradójicamente, al maestro del terror no le gustaba el cine de terror. Por eso no veía las películas del género firmadas por otros compañeros, pero tampoco filmes como “Alien” o el drama bíblico “La pasión de Cristo”, de Mel Gibson. El motivo lo confesó el propio Craven: le daban miedo.