En busca del calamar gigante

11349850_1073705495987470_967017621_nPor Jennifer Heck (dpa)

Horta, Islas Azores (dpa) – Las vacaciones de Ana son un poco distintas a las de otros niños de su edad. Para empezar, Ana, que tiene quince años, no duerme en una casa, sino en un barco. Eso se debe a que sus padres son investigadores oceanográficos.

También lo que ellos investigan es algo especial, ya que intentan filmar a un animal que parece sacado de antiguas leyendas o libros de aventuras: el calamar gigante.

Para ello, la familia se sumerge en un submarino. Ana nos cuenta cómo es un día a bordo.

Hacia las nueve de la mañana zarpa el catamarán. Se trata de un barco que flota sobre dos grandes cascos. En verano es cuando permanecen más tranquilas las aguas del Océano Atlántico en torno a las Islas Azores, donde vive la familia de Ana.

Después de aproximadamente una hora de navegación, llegan a su destino. Es el punto en el que quieren bajar a las profundidades del océano para ir en busca del calamar gigante. «Remolcamos al submarino hasta donde queremos ir», dice Ana. «Luego nos trasladamos en un bote de goma hasta el submarino y entramos en él».

Esto quiere decir que Ana y sus padres se deslizan desde la parte superior a través de una escotilla al pequeño espacio interior del sumergible. Una vez que los tres están dentro, se cierra herméticamente la escotilla y se pone en movimiento el submarino.

«Para ello hay que abrir una o varias válvulas», dice Ana. «Eso lo hace mi papá». El padre es el timonel, él conduce el submarino. La apertura de las válvulas permite la entrada de agua a cámaras que hasta ese momento están llenas sólo de aire. El peso del agua que ingresa hace que el submarino se vaya sumergiendo lentamente.

Ana ve peces de todo tipo a través de una pantalla de vidrio especialmente diseñada para la observación oceánica. Su madre filma los animales marinos con una cámara.

A medida en que desciende el submarino refresca la temperatura. Ahora le permite el padre a Ana tomar por un momento el mando de la embarcación. Ana conduce el submarino de tal manera que su madre, Kirsten Jakobsen, puede filmar un calamar pequeño.«Eso fue espectacular», celebra la madre.

Tienen que descender un kilómetro para llegar al fondo del océano. Eso son 1.000 metros. Es un viaje de unos 40 minutos. «Aquí no hay plantas marinas porque no llega la luz del sol», dice la madre de Ana. Filma los animales que se observan alrededor del submarino. Los tres miran todo y conversan entre ellos.

Después de cinco horas vuelven a ascender. No han visto a ningún calamar gigante, pero mañana explorarán nuevamente las profundidades.

En la literatura los calamares gigantes aparecen en libros como “Moby-Dick”, de Herman Melville, o “Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, aunque allí los describen como temibles criaturas, también llamadas kraken, que atacan barcos y devoran a los marinos.

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