Por Annett Stein (dpa)
Berlín, 4 oct (dpa) – La autofagia es como una buena limpieza a fondo. Pero este proceso de las células no sólo precisa energía sino, que también ayuda a ahorrar, ya que el material que se descompone se utiliza para fabricar nuevos componentes celulares. El japonés Yoshinori Ohsumi recibió el lunes el Premio Nobel de Medicina por sus descubrimientos sobre este importante sistema de reciclaje.
“La influencia del descubrimiento es enorme y sólo puede reconocerse con un Premio Nobel no compartido”, subraya la investigadora celular Tassula Proikas-Cezanne, de la Universidad de Tubinga (Alemania).
El director del Instituto Leibniz de Farmacología Molecular, Volker Haucke, describe a Ohsumi como alguien humilde y asegura que el premio llega con retraso, aunque el galardonado se ha mostrado impresionado. “Es una alegría insuperable para un investigador”, afirmó el científico de 71 años tras conocer la noticia.
El proceso de la autofagia se conoce a rasgos fundamentales desde los años 60. Los expertos empezaron a investigar el mecanismo más de cerca en levaduras unicelulares, ya que era más fácil que en animales o personas. Muchas de las proteínas que participan en el proceso apenas cambiaron en el proceso evolutivo, por lo que son prácticamente idénticas a las de las células humanas.
El trabajo de investigación fue muy concienzudo. Ohsumi y su equipo estudiaron miles de levaduras e identificaron 15 genes decisivos para la autofagia. Demostraron qué proteínas y rutas metabólicas participan por separado y cómo se regulan.
“Cuando empecé mi investigacón sobre la autofagia, leí sus trabajos y me quedé impresionada”, afirmó Proikas-Cezanne. “Planteó cuestiones fundamentales y las contestó con nuevos métodos elegantes”. Los genes descubiertos abrieron una nueva dimensión en la biología celular molecular, añade la investigadora.
El término autofagia procede del griego, significa algo así como “comerse a sí mismo” y describe distintos procesos relacionados entre ellos. Esos mecanismos tienen casi siempre un efecto positivo: los desperdicios de la compleja maquinaria celular y los elementos dañados de esta son despedazados en una especie de trituradora y los componentes resultantes pueden volver a utilizarse.
“Sin la autofagia nuestras células no sobrevivirían”, explicó la investigadora Juleen Zierath, del jurado del Nobel.
“Este programa genético es responsable de la continua renovación de células tanto en las levaduras unicelulares como en las personas”, explica Proikas-Cezanne. “Cuando el mecanismo se estropea, se refleja en muchas enfermedades”. La autofagia es fundamental para las células en los casos de proteínas desgastadas o mal construidas, que deben ser eliminadas de inmediato para evitar disfunciones o pérdida de funciones.
Asímismo, también sirve para desmontar y eliminar virus y bacterias intrusas. Además, la autofagia puede proporcionar rápidamente energía y contribuye a la regeneración de componentes celulares, siendo esencial para una respuesta celular a la inanición y otros tipos de estrés.
Puede haber problemas cuando los procesos de autofagia funcionan demasiado lentos, demasiado rápidos o de forma anormal. Por ejemplo, los defectos de este mecanismo en las células del intestino delgado responsables de la flora intestinal podrían estar relacionados con la enfermedad de Crohn. En algunos pacientes está bloqueado el gen de autofagia ATG-16.
También hay indicios de que las alteraciones de la aerofagia podrían contribuir a enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer o el parkinson. Al parecer, en las células de las personas mayores el proceso de autofagia funciona peor. Como consecuencia se eliminan menos desperdicios celulares y permanecen proteínas defectuosas que se integran en células jóvenes intactas.
Normalmente, esto suele jugar un papel en casi todas las enfermedades relacionadas con el envejecimiento, desde el cáncer a las enfermedades autoinmunes pasando por las neurodegenerativas, afirma Proikas-Cezanne.
Por otro lado, el buen funcionamiento de la autofagia puede provocar en ocasiones más daños que beneficios. Por ejemplo, cuando ayuda a las células cancerígenas a superar los daños que les causan la quimioterapia o la radioterapia, ayudándolas así a sobrevivir.
Los investigadores confían en que en el futuro se pueda regular el proceso de autofagia con medicamentos, por ejemplo para retrasar la caída del funcionamiento cerebral asociado a la edad.
También se especula con la posibilidad de poder influir en los distintos funciones del mecanismo. “Esos conocimientos ya están en estudios clínicos”, explica Proikas-Cezanne. “En las próximas décadas tendrá enormes repercusiones en la medicina”.